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A la estela de Colón: Sus naves, la conexión cántabra y Juan de la Cosa

A la estela de Colón: Sus naves, la conexión cántabra y Juan de la Cosa

— por David Eugene Perry

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Este verano nos ha llevado por España tras las huellas de Cristóbal Colón. Desde Andalucía hasta Extremadura y Cantabria, hemos ido siguiendo los lugares desde donde partieron sus viajes que cambiaron la historia. Hoy, al llegar a Palos de la Frontera, cerca de Huelva, la historia cierra su círculo.

La flota de 1492

Desde Palos, Colón zarpó el 3 de agosto de 1492 con tres pequeñas naves: la Niña, la Pinta y la Santa María. No eran grandes galeones, sino embarcaciones modestas: dos carabelas y una nao mayor, tripuladas por marineros de Palos y del vecino Moguer.

La Niña y la Pinta eran carabelas de propiedad privada, puestas al servicio de la Corona mediante un sistema llamado requisición real. La monarquía tenía la autoridad para requisar barcos de particulares para expediciones importantes, compensando a los dueños (a veces de mala gana) por el riesgo. La Niña pertenecía a los hermanos Niño de Moguer, marineros experimentados que también participaron en el viaje. La Pinta era propiedad de Cristóbal Quintero, aunque el barco fue arrendado por contrato a Martín Alonso Pinzón, un respetado capitán local que la comandó en el mar.

La Santa María, la nave capitana de Colón, tampoco era suya. Era una nao mercante mayor, construida para carga, y pertenecía a Juan de la Cosa, cartógrafo cántabro oriundo de las cercanías de Santander, la ciudad natal de Alfredo.

De la Cosa no solo aportó la nave, sino que navegó a bordo como maestre, ofreciendo tanto apoyo material como conocimientos náuticos. Que la capitana naufragara el día de Navidad de 1492 subraya lo precario de la empresa y cuán personales podían ser las pérdidas para los armadores implicados.

Esta mezcla de autoridad real y propiedad privada era práctica común en el siglo XV. Los monarcas no contaban con una marina permanente de exploración, así que dependían de redes de armadores, comerciantes y familias costeras. Las expediciones eran en esencia empresas conjuntas: financiación real, patronazgo nobiliario, experiencia local y barcos privados se combinaban para formar flotas capaces de abrir nuevos mundos.

Juan de la Cosa: el hombre tras los mapas

De la Cosa no solo navegó con Colón en el primer viaje, también lo hizo en el segundo, y más tarde con otras expediciones. En 1500 produjo el primer mapamundi conocido que incluye América, un testimonio extraordinario de la rapidez con la que la noticia del “Nuevo Mundo” transformó la geografía europea. Murió en 1510 en la costa colombiana, lejos de casa, pero su legado lo mantiene anclado en Cantabria, donde estatuas y placas lo honran como uno de los grandes marinos de España.

Granada: la comisión real

A principios de este verano visitamos también Granada, donde realmente comenzó la historia de Colón. En la Alhambra, la reina Isabel otorgó a Colón su comisión tras la caída del último reino musulmán de la península. Muy cerca, en la Capilla Real de Granada, contemplamos los sepulcros de Isabel y Fernando, los monarcas cuyo reinado transformó España y lanzó los viajes que unirían dos mundos.

Los últimos días de la Reina

Nuestro recorrido nos llevó también a la ciudad y al Palacio de Medina del Campo, donde Isabel pasó sus últimos días. Allí dictó su testamento, en el que expresaba sus esperanzas para los nuevos territorios, para sus herederos y para la preservación de sus reinos unidos. Es un recordatorio conmovedor de que la era de la exploración no nació solo en los mares, sino también en las cámaras reales, donde se tomaban decisiones de consecuencias mundiales.

Un verano de viajes

Para nosotros, visitar Palos constituye el tercer vértice de un triángulo. Desde Santander, donde Juan de la Cosa aprendió el mar; hasta Guadalupe, donde Colón dio gracias en el gran monasterio; pasando por Granada y Medina del Campo, donde se forjó y concluyó la visión de Isabel; y ahora hasta Palos, donde se izaron las velas y la historia cambió para siempre.

Es difícil no sentir la magnitud de todo ello: cómo tres naves modestas —de propiedad privada, construidas localmente y puestas al servicio real— llevaron a Europa a una nueva era. Y cómo un navegante cántabro, un soñador genovés y marineros andaluces forjaron juntos uno de los legados más grandes —y más complejos— de la historia.

Investigación para una nueva historia

Todo esto es más que un viaje. Es también investigación para mi nueva novela, Thorns of the 15 Roses, la secuela de Upon This Rock. El libro explora los mundos entrelazados de Colón, la reina Isabel y Juan Ponce de León: figuras cuyas vidas cambiaron el rumbo de la historia. Al recorrer estos lugares, se siente el peso de sus decisiones no como un pasado lejano, sino como un paisaje vivo: todavía espinoso, todavía floreciente, todavía moldeando quiénes somos hoy.