Cádiz, Cristóbal y Colón
Cádiz, Cristóbal y Colón
— David Eugene Perry

9 de agosto de 2025: Hoy, Alfredo, sus padres y yo nos hemos dado un paseo tranquilo en coche desde Grazalema hasta Cádiz para comer con unos amigos. Son apenas hora y media de viaje, y sería menos si no fuera por esas carreteras de la Sierra, tan bonitas como retorcidas.
Protegido por el trío seco y pedregoso de Reloj, Simancón y Torreón, nuestro pueblo parece que está a años luz del mar. Pero en realidad “La Mar” está ahí mismo, a tiro de piedra, y a la vista de la montaña de los marineros, San Cristóbal. Ya os contaré más sobre eso.
Aparcamos y, nada más bajar del coche, me llegó mi olor favorito: ese aroma salino que siempre me recuerda a mis dos años trabajando a bordo de un barco. Es el perfume de la aventura. El olor de los descubrimientos antiguos.
En Cádiz, el presente siempre va de la mano del pasado: esta es la ciudad más antigua de Europa occidental que sigue habitada. Fenicios, romanos, visigodos y exploradores españoles miraron hacia poniente con la misma vista tentadora que tuve yo hoy: llamando, llamando, llamando.
Me viene a la cabeza que estos puertos cercanos fueron el punto de partida de cuatro viajes que cambiaron la historia. Un poco más al norte, Palos de la Frontera despidió a Colón en su primer viaje en 1492. Sanlúcar de Barrameda, no muy lejos, fue la salida tanto de su segundo viaje en 1493 como del tercero en 1498. Y aquí mismo, en Cádiz, zarpó el cuarto y último viaje en 1502… del que Colón ya no volvió, al menos no con vida.
Estando tan cerca de las playas donde se reunieron aquellas naves, casi puedo oír el crujir de las cuerdas, los gritos de los marineros, esa mezcla de emoción y respeto antes de lanzarse a lo desconocido.
Investigando sobre esta época me he metido de lleno en esas escenas: los carpinteros de ribera en Galicia, Moguer y Cantabria que construyeron las naos y carabelas; los capitanes y tripulantes; y el joven Juan Ponce de León, que se embarcó por primera vez hacia el Nuevo Mundo sin imaginar lo que le esperaba, como parte de la segunda —y mayor— expedición de Colón: 17 barcos y 1.500 hombres. Ese segundo viaje siempre me ha llamado mucho la atención. Es la razón de que tengamos café en América y pimientos en Europa; naranjas en Florida y patatas en Irlanda. Los estudiosos lo llaman “El Intercambio Colombino”.
El joven Juan es uno de los personajes de mi nuevo libro, Thorns of the 15 Roses. La novela se inspira en nuestra casa de verano, Grazalema, cuyo escudo oficial lleva los símbolos de su familia, en concreto de Rodrigo Ponce de León, a quien los Reyes Católicos le concedieron la zona por su ayuda en el último capítulo de la Reconquista: la caída de Granada. Alfredo y yo volveremos por allí en unas semanas: más material para el libro.
Para mí, venir aquí no es solo por curiosidad histórica: es el viento que empuja mi escritura, que llena las velas de personajes y tramas. Ya sea mezclando hechos con ficción o imaginando un nuevo capítulo para Adriano y Lee en Thorns of the 15 Roses, el lugar nunca es solo un telón de fondo. Es un protagonista más.
Miré el mar y pensé en todas las partidas desde estas costas: algunas con destino a la gloria, otras al olvido; todas formando parte de las mareas de la memoria que siguen bañando Cádiz. También imaginé a los marineros que volvían —incluido Ponce de León en 1514, muchos años después de marcharse en 1493— y que veían aparecer en el horizonte ibérico la montaña de San Cristóbal diciendo: “estoy en casa”.
En sitios así, pasado y presente se dan la mano a la orilla del mar, y siempre me voy con la inspiración a tope… y con unas ganas tremendas de volver a sentarme a escribir. Tengo mi propio viaje que contar.